lunes, 28 de abril de 2014

Legítimos leísmos

Los pronombres de tercera persona en español evolucionaron de forma distinta a como lo hicieron los de primera y segunda. En efecto, aunque el latín marcaba el caso para todos, el castellano niño decidió prescindir de los dativos mihi, tibi, nobis, vobis, y quedarse solo con los acusativos me, te, nos, vos (os) para todo uso.

Pero para la tercera persona, seguramente por el complejo sistema latino (que mezclaba personales y demostrativos, con sus géneros, números y casos declinados… un suplicio), se adoptaron lo/la/los/las (de los demostrativos illum/illam/illus/illas) para el acusativo, pero se mantuvo el dativo en la forma le/les (de illi/illis).

De forma general, los pronombres de acusativo lo/la/los/las tendrían que ser los empleados cuando un verbo transitivo los señale como complemento directo. El uso en estos casos de los pronombres de dativo le/les, propios del complemento indirecto, es lo que denominamos “leísmo”.

Sin embargo, como tantas otras veces en la gramática, la teoría de la norma cede ante la evidencia del uso.



Y en el caso del leísmo, el uso presenta tantas y tan extendidas variaciones, vacilaciones y casos límite, consagrados por la costumbre y arraigados entre los hablantes, incluso en los niveles cultos, que en ocasiones es difícil hablar de incorrección. De hecho, las academias hispanas de la cosa idiomática transigen sin muchos aspavientos en esos usos que, en purismo gramatical, serían ilegítimos. Tal vez porque el solar originario de este idioma, la Castilla milenaria, es obstinadamente leísta y también porque algunos leísmos cuajaron cuando el castellano era aún una jerga ágrafa, mezcla de latín arrabalero con las mil leches de las que había mamado aquel idioma naciente (íbero, celta, griego, cartaginés, visigodo, vascuence…), el caso es que la mayor parte del área hispanohablante adolece de algún tipo de leísmo, al mismo tiempo que se reniega de otros.

De hecho, es posible que en los ejemplos que vierta más adelante no encuentren algunos de mis lectores “dónde está el error”, seguramente porque en su barrio se hable así.

Y probablemente el que mayor implantación tiene (y recibe la proporcional tolerancia) sea el llamado “leísmo de cortesía”, aquel que se emplea para “reforzar” el hablar “de usted”, como en “le saluda atentamente”, “espere, le atiendo en un momento”, “tengo el placer de invitarles”, “le acompaño en el sentimiento”…

Sin embargo, aparentemente no hay razón gramatical que justifique esa asociación del uso de “le” al “usted” ni tiene por qué implicar mayor deferencia. No está claro de dónde proviene (aunque es uso antiguo), tal vez surgiera como fórmula para marcar la segunda persona aun empleando un pronombre de tercera en casos que pudieran presentar ambigüedad o para evitar diferenciar el género en las fórmulas usadas en la correspondencia epistolar. De hecho, frente a otros usos leístas que muestran preferencia por el masculino, el de cortesía presenta una inusitada frecuencia con referente femenino.

Más confuso se presenta el caso de posible leísmo en oraciones impersonales con “se le/les…”. No hay, aparentemente, justificación sintáctica, y sin embargo son extraordinariamente frecuentes las construcciones transitivas donde el “le” asume el papel del dativo cuando el referente es una persona –o un colectivo humano-, especialmente en género masculino: ni está ni se le espera, no pasa nada y si pasa se le saluda, se le recuerda, se le busca, se le acusa…

Pero, aunque en los casos antedichos los gramáticos aceptan, bien que a regañadientes, que el pronombre “le” se emplee como complemento directo, en otros casos, curiosamente, lo que parece suceder es lo contrario: es el verbo el que parece vacilar en su régimen y orientarse a intransitivo, tal vez a instancias del conspicuo pronombre. Es el caso de un buen puñado de verbos cuya característica común es que su complemento es casi exclusivamente una persona: obedecer, obligar, ayudar, aburrir, divertir, avisar, cansar, enseñar, votar, temer, admirar, alegrar, alabar, consolar, denunciar, condenar…

Incluso, en algunos parece emplearse el pronombre dativo para forzar un giro semántico a intransitivo, es decir, que se cambia el significado o sentido del verbo (nada insólito, son varios los verbos que, por su naturaleza, tienen distinta interpretación según el régimen de transitividad que se le aplique):
Lo tienen atrapado / Lo apoyó contra la pared (se trata como a un objeto inanimado aun aplicado a persona)
Le tienen en alta estima / Le apoyó en sus pretensiones (solo aplicable a persona, pero el DRAE también define estos usos como transitivos)

O bien, los casos de verbos como “llamar”, e incluso “ver”, que son empleados a veces como transitivo y otras como intransitivo, ya desde hace siglos.

Pese a lo cual, el análisis crudo no modifica del todo el carácter de transitivo del verbo ni altera el valor de CD del pronombre, como demuestra la posibilidad de cambiar a pasiva el primero y poner como sujeto agente al segundo: él fue llamado [por su jefe], el capitán era obedecido [por sus soldados], el candidato fue apoyado [por sus correligionarios], el equipo es temido por sus rivales, Juan era ayudado por María…., si bien otros no superan la prueba con tanta suficiencia: “él fue aburrido por la ópera”,  “fue alegrado por la noticia”,  “era cansado por el viaje” o  “los alumnos fueron enseñados por el profesor”.

Añádase que este leísmo intransitivante no es empleado con todos los verbos en todas las áreas hispanohablantes: unos sí, otros no, aquí sí, allá no; y además, aun donde se emplea con regularidad, sigue presentando muchas veces dos características discriminatorias de la agramaticalidad del caso: se emplea mucho menos con femeninos (donde aparece el “la”) y todavía menos con objetos inanimados (que reciben el canónico “lo”), aunque ya hemos dicho que son verbos muy ligados por su significado al complemento de persona.

Al final, estas y otras disquisiciones similares sobre leísmos falsos, aceptables, aceptados e instaurados, estos bailes de complementos y transitividad y esas oscilaciones dativo-acusativas, ese “masculino sí pero de cosa no”, me hacen plantearme si puede identificarse con simpleza como "incorrección" una peculiaridad del idioma con una frecuencia de uso tan estadísticamente notable, incluso ante la evidencia de que vulnera una norma gramatical. Tal vez sea precisamente la norma la que esté mal formulada.

Y es que con frecuencia se olvida que los idiomas y sus gramáticas no pueden tabularse en taxonomías cuadriculadas, que son esferas libérrimas como tantas otras manifestaciones del intelecto humano; en vez de eso, el comportamiento de la lengua, incluso en sus anomalías, debe estudiarse con curiosidad y ánimo científico porque, de alguna forma, nos ayudará a entendernos a nosotros mismos.


Más de lo mismo:
Leísmo en el DPD
Leísmo, una incorrección gramatical (Petúfar en Fundeu)
Impromtu el LE mayor (Librodenotas)
Inés Fernández-Ordóñez: Historia del leísmo, el laísmo y el loísmo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión es tan válida como las demás.

Es probable que esta plataforma utilice cookies no controlables por el autor. Infórmate aquí sobre qué significa esto.