Los pronombres de tercera persona en español evolucionaron de forma distinta a como lo hicieron los de primera y segunda. En efecto, aunque el latín marcaba el caso para todos, el castellano niño decidió prescindir de los dativos mihi, tibi, nobis, vobis, y quedarse solo con los acusativos me, te, nos, vos (os) para todo uso.
Pero para la tercera persona, seguramente por el complejo sistema latino (que mezclaba personales y demostrativos, con sus géneros, números y casos declinados… un suplicio), se adoptaron lo/la/los/las (de los demostrativos illum/illam/illus/illas) para el acusativo, pero se mantuvo el dativo en la forma le/les (de illi/illis).
De forma general, los pronombres de acusativo lo/la/los/las
tendrían que ser los empleados cuando un verbo transitivo los señale como complemento
directo. El uso en estos casos de los pronombres de dativo le/les, propios del
complemento indirecto, es lo que denominamos “leísmo”.
Sin embargo, como tantas otras veces en la gramática, la
teoría de la norma cede ante la evidencia del uso.
Y en el caso del leísmo, el uso presenta tantas y tan
extendidas variaciones, vacilaciones y casos límite, consagrados por la
costumbre y arraigados entre los hablantes, incluso en los niveles cultos, que en
ocasiones es difícil hablar de incorrección. De hecho, las academias hispanas
de la cosa idiomática transigen sin muchos aspavientos en esos usos que, en
purismo gramatical, serían ilegítimos. Tal vez porque el solar originario de
este idioma, la Castilla milenaria, es obstinadamente leísta y también porque algunos
leísmos cuajaron cuando el castellano era aún una jerga ágrafa, mezcla de
latín arrabalero con las mil leches de las que había mamado aquel idioma naciente
(íbero, celta, griego, cartaginés, visigodo, vascuence…), el caso es que la mayor parte
del área hispanohablante adolece de algún tipo de leísmo, al mismo tiempo que se reniega de otros.
De hecho, es posible que en los ejemplos que vierta más
adelante no encuentren algunos de mis lectores “dónde está el error”, seguramente
porque en su barrio se hable así.
Y probablemente el que mayor implantación tiene (y recibe la
proporcional tolerancia) sea el llamado “leísmo de cortesía”, aquel que se
emplea para “reforzar” el hablar “de usted”, como en “le saluda atentamente”, “espere,
le atiendo en un momento”, “tengo el placer de invitarles”, “le acompaño en el sentimiento”…
Sin embargo, aparentemente no hay razón gramatical que
justifique esa asociación del uso de “le” al “usted” ni tiene por qué implicar
mayor deferencia. No está claro de dónde proviene (aunque es uso antiguo), tal
vez surgiera como fórmula para marcar la segunda persona aun empleando un
pronombre de tercera en casos que pudieran presentar ambigüedad o para evitar
diferenciar el género en las fórmulas usadas en la correspondencia epistolar.
De hecho, frente a otros usos leístas que muestran preferencia por el
masculino, el de cortesía presenta una inusitada frecuencia con referente
femenino.
Más confuso se presenta el caso de posible leísmo en
oraciones impersonales con “se le/les…”. No hay, aparentemente, justificación
sintáctica, y sin embargo son extraordinariamente frecuentes las construcciones transitivas donde el “le” asume el
papel del dativo cuando el referente es una persona –o un colectivo humano-,
especialmente en género masculino: ni está
ni se le espera, no pasa nada y si pasa se le saluda, se le recuerda, se le busca, se le acusa…
Pero, aunque en los casos antedichos los gramáticos aceptan, bien
que a regañadientes, que el pronombre “le” se emplee como complemento directo,
en otros casos, curiosamente, lo que parece suceder es lo contrario: es el
verbo el que parece vacilar en su régimen y orientarse a intransitivo, tal vez
a instancias del conspicuo pronombre. Es el caso de un buen puñado de verbos cuya
característica común es que su complemento es casi exclusivamente una persona:
obedecer, obligar, ayudar, aburrir, divertir, avisar, cansar, enseñar, votar,
temer, admirar, alegrar, alabar, consolar, denunciar, condenar…
Incluso, en algunos parece emplearse el pronombre dativo
para forzar un giro semántico a intransitivo, es decir, que se cambia el significado
o sentido del verbo (nada insólito, son varios los verbos que, por su
naturaleza, tienen distinta interpretación según el régimen de transitividad
que se le aplique):
Lo tienen atrapado / Lo apoyó contra la pared (se trata como a un objeto inanimado aun aplicado a persona)
Le tienen en alta estima / Le apoyó en sus pretensiones (solo aplicable a persona, pero
el DRAE también define estos usos como transitivos)
O bien, los casos de verbos como “llamar”, e incluso “ver”,
que son empleados a veces como transitivo y otras como intransitivo, ya desde hace
siglos.
Pese a lo cual, el análisis crudo no modifica del todo el carácter de
transitivo del verbo ni altera el valor de CD del pronombre, como demuestra la
posibilidad de cambiar a pasiva el primero y poner como sujeto agente al
segundo: él fue llamado [por su jefe], el capitán era obedecido [por sus soldados], el candidato fue apoyado [por sus correligionarios], el
equipo es temido por sus rivales, Juan era ayudado por María…., si bien otros no superan la prueba con tanta suficiencia: “él fue aburrido por la ópera”, “fue alegrado por la
noticia”, “era cansado por el viaje” o “los alumnos fueron enseñados por el profesor”.
Añádase que este leísmo intransitivante
no es empleado con todos los verbos en todas las áreas hispanohablantes: unos
sí, otros no, aquí sí, allá no; y además, aun donde se emplea con regularidad, sigue presentando muchas veces dos características discriminatorias de la
agramaticalidad del caso: se emplea mucho menos con femeninos (donde aparece el
“la”) y todavía menos con objetos inanimados (que reciben el canónico “lo”), aunque
ya hemos dicho que son verbos muy ligados por su significado al complemento de
persona.
Al final, estas y otras disquisiciones similares sobre
leísmos falsos, aceptables, aceptados e instaurados, estos bailes de
complementos y transitividad y esas oscilaciones dativo-acusativas, ese “masculino
sí pero de cosa no”, me hacen plantearme si puede identificarse con simpleza como "incorrección" una
peculiaridad del idioma con una frecuencia de uso tan estadísticamente notable,
incluso ante la evidencia de que vulnera una norma gramatical. Tal vez sea precisamente la norma la que
esté mal formulada.
Y es que con frecuencia se olvida que los idiomas y sus
gramáticas no pueden tabularse en taxonomías cuadriculadas, que son esferas
libérrimas como tantas otras manifestaciones del intelecto humano; en vez de
eso, el comportamiento de la lengua, incluso en sus anomalías, debe estudiarse con
curiosidad y ánimo científico porque, de alguna forma, nos ayudará a
entendernos a nosotros mismos.
Más de lo mismo:
Leísmo en el DPD
Leísmo, una incorrección gramatical (Petúfar en Fundeu)
Impromtu el LE mayor (Librodenotas)
Inés Fernández-Ordóñez: Historia del leísmo, el laísmo y el loísmo
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