martes, 27 de mayo de 2014

Putin y las palabrotas


El oscarizado filme “El discurso del rey” sufrió en EE.UU. la mutilación por censura de la escena en la que el duque de York, futuro Jorge VI, profiere una sucesión de palabrotas instigado por Lionel Logue, su peculiar logopeda. Al parecer, semejante catarata de obscenidades podía ofender al “público familiar”.

Pues bien, ahora Vladímir Vladímirovich Putin, presidente de Rusia, ha promulgado una ley que prohíbe a sus ciudadanos pronunciar en público o difundir en medios de comunicación voces “malsonantes”, es decir: soltar tacos. Que ya está bien de ir por ahí diciendo cosas como Долбоёб, Шлюха o Хуесос que, aunque a ustedes les parezcan galimatías, son palabras bastante gruesas en lengua rusa.



Hombre, si yo me llamara “Putin” en un país de habla hispana también promulgaría leyes contra la expresión soez, pero supongo que en ruso este apellido no tiene las mismas connotaciones. Está en cualquier caso en la línea habitual del petersburgués, que ya nos tiene acostumbrados a que si algo le disgusta lo prohíbe y sanseacabó; valga como antecedente la ley rusa que proscribe  las manifestaciones de homosexualidad en público, y nótese que aquella y esta coinciden en cierta hipocresía, pues no afectarían (inicialmente) al entorno privado. Se trata solo de ocultar lo “molesto” para fingir que no existe, justo lo contrario de aquella glásnost que preconizaba la transparencia cuando el modelo soviético naufragó.

Pero vamos a lo que vamos, que la opinión política tiene sus doctores y no es el meollo de este blog.

Lo que me sorprende no es que el zar haya emprendido una campaña contra las groserías vía decreto-ley, pues además ya había uno similar del año pasado, sino que, según leo, la propia ley prevé encomendar a un tribunal de lingüistas la cuestión de determinar si la expresión es merecedora de las sanciones previstas. No quisiera yo estar en el pellejo de estos profesionales que tendrán que lidiar con expletivos, eufemismos y palabras de doble sentido, dilucidando si en el contexto son o no suficientemente escandalosas (por ejemplo, Скотина, que significa candorosamente “ganado” (reses), es empleada más comúnmente como un insulto grave o exabrupto colérico). La figura del filólogo como garante de la moral pública me parece casi más estrambótica que la ley en sí misma.

Lo cierto es que el ruso no es mi fuerte, pero mi experiencia me confirma que las lenguas, en este aspecto, son todas iguales. El porqué del lenguaje soez y la palabrota corresponde a la esfera de la psicología, mientras que la filología solo puede constatar que existen en todos los idiomas, generadas con mecanismos similares (casi siempre referencias sexuales, aunque también animales o escatológicas) y que se emplean con diversa asiduidad dependiendo de muchos factores socioculturales y emocionales.

Frecuencia de la voz "puta" en publicaciones impresas.

Solo en el siglo XXI se alcanza la frecuencia que presentó en el "Siglo de Oro".
Fuente: Google Ngram
Pero están ahí.  Amputar estos términos de los libros, narrativa especialmente, obras de teatro y películas, como pretende el gobernante ruso, es ofrecer una imagen tullida de la realidad y riqueza expresiva del idioma y cercenar la expresión del literato o cineasta. La gente es malhablada, siempre lo fue. Da la impresión de que ahora más, pero en buena parte esto es porque en los últimos siglos se ha ocultado (a lo Putin), en pro de una supuesta decencia algo burguesa; con toda seguridad nunca faltaron el taco y la blasfemia en el habla de las clases pudientes y cultas, no hay ni que decir entre las gentes barriobajeras. Hoy lo que sucede es que no hay tanto tapujo para mostrar y reproducir ese lenguaje chocarrero e indecoroso. Y no digo que eso sea bueno ni malo, sino que es real.

Esto, sin embargo, no excusa la presencia gratuita y abundante de expresiones groseras. La pimienta puede ser oportuna en una receta, pero no hasta hacerla incomestible. Especialmente los profesionales de la comunicación oral: periodistas, locutores y presentadores televisivos, así como personajes públicos, tanto de la política como del arte, e incluso “famosillos” sin otro oficio reconocido, harían bien en alejar su repertorio de ordinarieces de los micrófonos. No porque a estas alturas molesten a nadie (salvo, al parecer, a Vladimir Putin), simplemente por educación y respeto, el que los demás nos merecemos. ¡Coño!

Más:
El Mundo: Putin veta las palabrotas
J.M. Íñigo: No más palabrotas


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