Excmo. Sr. Diputado:
Hace unos días que su nombre saltó a primer plano de la
palestra política de mi país. Como quiera que, hasta entonces, no tenía yo
muchos datos sobre usted, salí a Internet a ver qué había sobre su persona. Por indicación de un ciberconocido recalé en
su blog y, para mi desazón, me encontré con una página bastante mal escrita.
Faltaba alguna tilde y alguna cosilla más; pero, especialmente, los signos de
puntuación parecían haber sido repartidos a voleo, lo que no ayudaba a una
redacción ya de por sí algo errática y deslavazada. En páginas interiores seguía observándose una irregular puntuación, e incluso errores vulgares como
confundir “rebelarse”, de rebelión, con “revelarse”, que significa otras cosas muy distintas.
En definitiva, concluyo que no escribe su señoría de forma muy
esmerada, pese a que acredita títulos universitarios e incluso experiencia
docente.
Tampoco es algo muy inusual. Un repaso por la presencia en
la red de otros líderes sociales, tanto correligionarios como antagonistas, revela
que el común de nuestra clase política se expresa por escrito con desigual
fortuna y frecuentes incorrecciones, mostrando vicios muy comunes en quienes sienten indiferencia por el lustre del idioma.
Pero la cuestión que me intriga es si una impoluta ortografía
y hábil redacción es algo realmente importante para un político, para alguien
como usted que quiere servir y representar a sus conciudadanos desde los altos estamentos
oficiales. Al fin y al cabo, lo que se espera de ustedes es capacidad de
gestión, diplomacia, habilidad legislativa, incluso entrega y honestidad,
virtudes en las que poco influye saber juntar letras con arreglo a los cánones
académicos.
Sin embargo, hay una cuestión de imagen; trivial si quiere,
pura fachada tal vez, pero a la que los electores, los militantes y simpatizantes
de su causa, incluso sus superiores en el partido y, por supuesto, sus
adversarios (dispuestos a hurgar con saña en su más mínima fisura) no pueden
sustraerse. Asociamos la escritura aseada y relumbrante con el conocimiento, la
formación, la cultura, la educación e incluso la inteligencia del autor de los
párrafos; y, por el contrario, tenemos por patán y mequetrefe a quienes
pergeñan textos inmundos y con poco respeto a la normativa ortográfica de
nuestra lengua.
¿Qué quiere usted? Somos así. Decía Unamuno, con esa sorna
que el vasco destilaba, que la ortografía nos podía ser útil para distinguir a
los ricos que han recibido una buena educación de los miserables que no
tuvieron esa oportunidad. Y la gente espera que sus dirigentes, si no ricos, al
menos hayan recibido una formación extensa y con aprovechamiento, y dan a la escritura un enorme valor diagnóstico de este parámetro.
Diría más: ya estamos dispuestos a aceptar a políticos en
vaqueros y camiseta, con pelos largos y coleta e incluso luciendo piercings y
tatuajes; pero aún no estamos preparados para un político con faltas de
ortografía.
Además, debo suponer que está usted, aunque le duela reconocerlo,
de acuerdo conmigo; pues el caso es que, a los pocos días, he vuelto a visitar
la página y veo que ha sido pulida y corregida. El contenido es ahora algo más elegante y la
gramática, puntuación y ortografía han sido depuradas y quedan bastante más aceptables,
aunque siguen faltando algunas tildes. Creo que está claro que si no lo considerara
importante no se habría tomado la molestia.
Permítame un consejo: añada a su equipo un corrector de
estilo. Estos son dignísimos profesionales, bien preparados y experimentados,
que no solo no torcerán en lo más mínimo el sentido de sus ideas hechas palabras,
sino que además dejarán el mensaje más claro y eficiente, lo que, en su
profesión, puede determinar la distancia entre el éxito y la mediocridad. En
política en general, pero desde luego en democracia, de poco o nada sirve tener una
buena idea si no se es capaz de comunicarla bien.
Por lo demás, le deseo sinceramente suerte en su carrera y
en sus aspiraciones. Incluso, si logramos arreglar ese pequeño detalle que hoy le
desluce, hasta podría votarlo.
La cita de Unamuno me recuerda la anécdota de cierto político local, muy local, y de izquierdas, muy de izquierdas, que escribía de forma lamentable, pero se excusaba en que él no había ido a colegio de pago. Flaco favor a los abnegados maestros que nos enseñaron caligrafía, ortografía y gramática en frías escuelas, calentadas apenas por un braserillo.
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