jueves, 9 de abril de 2015

Pseudo-impersonales, los verbos que van al revés.

Hay un puñado de verbos en español que se empeñan en hacer las cosas al revés. Me explico: la estructura formal de la oración común tiene la forma
sujeto → verbo→ complementos (CD o CI)
Por ejemplo:
Juan → quiere → a María.
El juez → ordenó → callar → a toda la sala.

Sin embargo, estos a los que hoy me refiero suelen invertir el orden de los componentes pero no el sentido de la acción, es decir: que se presentan generalmente con la fórmula
complemento (CI) ← verbo ← sujeto

Para que me entiendan, veamos unos ejemplos:
Me ← gusta ← la fruta
Me ← extrañó ← su actitud
Le ← asustan ← las tormentas
Nos ← aburrió ← la película
Le ← duele ← la cabeza
Me ← apetecen ← unas otras
Te ← encantará ← el viaje
Les ← conviene ← un cambio de aires

En esas oraciones el sujeto gramatical es el sintagma que sigue al verbo, mientras que el elemento que va delante es un simple complemento indirecto. Es fácil comprobar que, en los casos en que el verbo va en plural (asustan, apetecen), es cuando coordina con un sujeto plural (tormentas, ostras), mientras que es indiferente que el pronombre que recibe la acción sea singular o plural.

Este tipo de oraciones se han venido en llamar pseudo-impersonales, una denominación que atiende al efecto óptico de que, así a botepronto, no parece que el sujeto sea el que realmente es, pues además, normalmente es un objeto inanimado que, para mayor confusión, ejerce la acción descrita en el verbo sobre una persona o grupo de personas. Como decía: el mundo al revés, naturalezas muertas actuando sobre seres humanos.

Aunque ya existían en latín, sorprende que hasta hace poco los gramáticos no hayan prestado demasiada atención sobre estas oraciones. Pese a que ya Nebrija, en el siglo XVI, identifica algunos de los verbos implicados (aunque se queda en los casos en que tienen como sujeto un infinitivo: me place recordar), los mejores acercamientos vienen ya a finales del siglo XX e incluso principios del XXI: Alcina y Blecua le dan nombre en su estupenda gramática de 1975, y Melis y Flores la ponen bajo el microscopio ya en este siglo. En parte este largo anonimato se justifica porque la fórmula se arraiga y extiende principalmente desde inicios del siglo XX, alcanzando a verbos que antes no se usaban en esta forma.

Y es curioso, porque, además de una sintaxis inusual, estas oraciones tienen en común otras características, tanto gramaticales como semánticas y aun cognitivas.

Veamos:
Se construyen siempre con verbos intransitivos (¡Uh! Pero algunos de los verbos ejemplificados ut supra son transitivos, como “asustar” o “aburrir”… Bien, esto podría ser tema para otro debate, pero insisto –y tengo referencias que me avalan- en que estas oraciones tienen vocación intransitiva, y me remito a lo que apunto en los párrafos siguientes).

La gran mayoría de los verbos empleados en esta forma pertenecen a los denominados “de afección psíquica”, esto es, que su significado implica una acción sobre los sentimientos o difusas sensaciones no sensoriales (que no son percibidas por los sentidos físicos): gustar, doler, aburrir, entretener, divertir, asustar, agradar, repugnar… O bien, otros no explícitamente incluidos en este grupo semántico, reflejan en todo caso un evidente sentido subjetivo; p.ej.: me bastan dos horas, te conviene hacerme caso

Como resultado de las dos anteriores, contienen siempre un complemento indirecto expresado por un pronombre dativo: me, te, le, nos, os, les, que refieren a persona o cosa imbuida de ánima. Esto último, lógicamente, es característico de los verbos de afección psíquica.

La presencia del dativo es, a su vez, un indicador del régimen intransitivo (quod erat desmostrandum: si hay complemento indirecto, el verbo trabaja como intransitivo, aunque su uso más común fuese transitivo); sin embargo, los verbos con gran raigambre transitiva pueden emplear caso acusativo (complemento directo). Se presenta en estos casos una alternancia dependiente, básicamente, de la costumbre del hablante, si bien la estadística insiste en la preeminencia del dativo (juzgue vd. mismo en qué caso se encuentra):
Lo asustan las tormentas / Le asustan las tormentas
La aburrían las largas tardes / Le aburrían las largas tardes

Como suele suceder, la persistencia de este pronombre resiste incluso ante la presencia explícita del referente, dando lugar a pleonasmo: A Juan le gusta la ópera (y no “a Juan gusta la ópera”).

Por último, en oposición al complemento de persona, el sujeto suele ser –como ya dije- un objeto inanimado, un ser sin voluntad propia. Incluso en los casos en que se trata de una persona, esta aparece más como un elemento inactivo, receptivo, y no como el causante consciente y voluntario de la acción que se produce sobre el anterior: Me gusta Pedro, le encantan los niños.

En suma, las oraciones pseudoimpersonales constituyen una categoría bastante bien definida tanto en su sintaxis como en su semántica.

Pero yo hubiera preferido llamarlos pseudotransitivos o, mejor, metatransitivos (que es un nombre como muy lingüístico, como de gramática evolucionista), porque no puedo dejar de ver a ese pronombre como un pseudosujeto y en el elemento que es sujeto gramatical como un objeto pasivo (de hecho, algunas de estas construcciones son transitivas en otras lenguas), aunque el verbo se empeñe en disimularlo.



Más sobre el tema:
Melis y Flores: Los verbos seudo-impersonales del español. (U.N.A. México, 2005)
Montserrat Batllori: Diacronía de los verbos psicológicos. (U. Girona, 2009)

jueves, 4 de diciembre de 2014

Medias palabras

En un programa musiquero en la radio, la joven locutora anunciaba sucintamente un evento (algún concierto o algo así) y concluía: “´Más info en la web triple-uve doble…bla-bla-blá”.

¡Un momento! ¿Qué es eso de “info”? ¿Informalidad? ¿Infortunio? ¿Informulable? Seré benevolente y reconoceré que asumí sin mucho problema que se refería a “información”. Pero entiéndase que me turbó momentáneamente encontrarme esa apócope inopinada en un medio de difusión cultural, aunque fuera dirigido principalmente a jóvenes… o tal vez precisamente por eso mismo.

¿Qué haces este finde? ¿Pegada a la tele?
No, con los compis del insti. Es el cumple de Pepelu y se paga unas cocas.
¿Vamos al cine mañana a ver una peli díver? Porfa. Invito a chuches.
Ok. Tengo pelu. Nos vemos allí. ¿Llevas la moto?
No, solo tengo un casco y no quiero líos con la poli. Vamos en  metro
¿Qué harás el domingo?
Estudiar mates. Otro examen el martes, la profe está majara.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

El Diccionario incorrecto

Fuente: www.rae.es
Así que ya sabrá usted, amigo lector, que tenemos nuevo Diccionario. Nótese la mayúscula indicativa de nombre propio o antonomasia; pues, por una convención no del todo explícita, “el Diccionario” en español no es otro que el Diccionario de la lengua española que suscribe y edita la Real Academia Española, DRAE para abreviar.

Bueno, digo “tenemos” refiriéndome a la publicación como parte del patrimonio cultural común, pues del volumen impreso este pasado octubre aún no tengo un ejemplar material; y es que viene siendo habitual que algún familiar, con motivo de las fiestas navideñas, me obsequie con la última novedad expelida por la Academia; y uno, que es muy atento, deja siempre abierta esa posibilidad para facilitarles que cumplan con el compromiso anual (¡y lo digo por si alguno me estáis leyendo!).

jueves, 2 de octubre de 2014

Infinitos monos



Es probable que ya conozca el lector el teorema que afirma que si ponemos a infinitos monos ante sendos teclados alfanuméricos, obtendremos textos ya escritos por plumas mucho más gloriosas (estrictamente hablando, generarían infinitas copias de cada uno de los textos escritos y por escribir, y además traducidas en todos los idiomas que usasen el alfabeto contenido en el teclado; en realidad, el concepto de infinito es excesivo incluso en esta ocasión).

El caso es que andamos cerca de conseguirlo.

martes, 2 de septiembre de 2014

El último sólo

Fuente: Google Books
Si no me falla la documentación, fue en 1844 cuando la Real Academia Española publicó en el Prontuario de ortografía de la lengua castellana la siguiente recomendación:
«Solo, como adverbio, deberá acentuarse cuando, de no hacerlo, se pueda confundir con el adjetivo».

La misma formaba parte de un exagerado conjunto de aplicación diacrítica de la tilde, bajo el criterio explícito de que «se acentuarán todas las palabras en que la falta de este signo produzca ambigüedad en la significación de ellas». Esto incluía “sábia”, “pára”, “sóbre”, “éntre”, “luégo”,…

La mayor parte de ellas fueron “reconsideradas” y abolidas en posteriores ediciones de la ortografía normativa emanada de la RAE. Sin embargo, por alguna extraña razón, persistió para diferenciar al “solo” adverbio del “solo” adjetivo. (Esa y la de los demostrativos “este”, “ese”, “aquel” y variantes; es la misma guerra, la misma causa, pero hoy la personificaré en el par “solo-adverbio/solo-adjetivo).

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