En un programa musiquero en la radio, la joven locutora anunciaba sucintamente un evento (algún concierto o algo así) y concluía: “´Más info en la web triple-uve doble…bla-bla-blá”.
¡Un momento! ¿Qué es eso de “info”? ¿Informalidad? ¿Infortunio? ¿Informulable? Seré benevolente y reconoceré que asumí sin mucho problema que se refería a “información”. Pero entiéndase que me turbó momentáneamente encontrarme esa apócope inopinada en un medio de difusión cultural, aunque fuera dirigido principalmente a jóvenes… o tal vez precisamente por eso mismo.
No cuesta mucho restaurar los trozos de vocablos y entender “fin de semana”, “televisión”, “compañeros”, “instituto”, “José Luis”, “Coca-colas”, “cinematógrafo”, “película”, “divertida”, “por favor”, “chucherías”, “peluquería”, “motocicleta”, “policía”, “metropolitano”, “matemáticas”, “profesora” y “majareta”. Son los acortamientos o truncamientos (abreviamientos los llama J. M. de Sousa).
¿Es lenguaje de jóvenes? ¿Una jerga abreviada solo útil para chats y tuits? No. No exclusivamente. Aunque el ínclito académico y premio nobel Mario Vargas Llosa afirme que es más bien propio de gente “que piensa como un mono” (¡!), lo cierto es que también los adultos de toda edad usan palabras acortadas con mayor o menor regularidad, una costumbre muy anterior a la comunicación electrónica que seguramente exista desde que el ser humano desarrolló el lenguaje y es, en alguna medida, uno de los procesos normales de evolución y formación del léxico.
Algo tan común en el idioma que la Nueva gramática de la lengua española de 2009 (auspiciada por la misma Real Academia Española de la que el escritor peruano es miembro numerario) no podía pasar por alto este fenómeno: «§ 1.7m Forma parte del estudio tradicional de la morfología el truncamiento o acortamiento. Se trata de un proceso consistente en la reducción formal de un elemento léxico por apócope o supresión de una o más sílabas finales, sin que por ello se alteren ni su significado ni su categoría gramatical. Suelen ser más propios de registros coloquiales o bien del lenguaje de los jóvenes, la profesión o actividad, la familia, etc. Aun así, muchos han pasado a formar parte de la lengua general».
En realidad, una notable porción del léxico que empleamos cotidianamente en un entorno de confianza está compuesta por acortamientos. Compramos en el súper, montamos en bici, sacamos fotos, hablamos por el micro, escribimos con boli, cocinamos en la vitro y calentamos el agua de la ducha con un termo, vamos a la ofi mientras los peques van a la guarde y al cole, luego al insti y a la uni, escuchamos la música en estéreo (o en mono), tomamos el metro, el bus o el taxi, medimos el peso en kilos y la memoria electrónica en megas o gigas, somos progres, tenemos depres, vemos porno (quien lo vea, claro), etcétera.
Nadie, en una conversación o escrito normal e incluso formal, dice cinematógrafo, metropolitano, kilogramos, estereofónico, termosifón...
Como tampoco es, ni mucho menos, un fenómeno exclusivo de nuestro idioma. De hecho, algunos de los préstamos léxicos que nos han donado otros hablantes son, en origen, un truncamiento: fan, pop, miss, kínder, app, demo, intro, memo, blog…
Pero ahora la cuestión es: ¿por qué acortamos estas palabras? La respuesta aparentemente obvia es que se hace “para ahorrar tiempo”, por comodidad si no por pura pereza. Al fin y al cabo, casi todas ellas son polisílabos. Pero ese argumento tiene lagunas. Hay palabras bastante comunes y largas que raras veces se acortan, como escalera, carretera, municipio, edificio, periódico... Acortamos supermercado en súper, pero no acortamos carnicería ni frutería. Decimos “pelu” a la peluquería, pero mantenemos intactos gasolinera o veterinario. Truncamos colegio en “cole”, pero no lo hacemos en “academia” (que tiene una sílaba más).
No: yo creo que son hipocorísticos, que es como se denomina a este mismo procedimiento aplicado a los nombres propios: Pepe, Loli, Asun, Manu, Inma, Mari, Quique... Nombres familiares y afectuosos que reflejan un tratamiento cercano y de confianza.
En consecuencia, intuyo que también en el acortamiento de los sustantivos comunes hay una cierta dosis de confianza y familiaridad, digamos “cariño”. Reservamos el acortamiento para vocablos largos pero que además se han introducido en nuestra vida con una cierta simpatía o, en otros casos, para deformarlos burlescamente y aliviar así la opresión que el concepto nos transmite. Se obtiene así una relajación en nuestra relación con estos términos, una forma de hacerlos más cercanos, como si al reducir su tamaño silábico perdieran solemnidad y poder. Los hacemos más nuestros.
No es desdeñable en esta teoría afectiva el dato de que los primeros acortamientos que usemos sean seguramente “mami” y “papi”. Así que años más tarde, en nuestra niñez, hablaremos del “cole”, la “seño”, el “profe”, las “mates”; y, al final, ya en nuestra vida laboral, nuestros superiores sean “presi”, “dire” o “capi”.
En cualquier caso, nada de lenguaje exclusivamente juvenil, o tal vez sí y nuestro lógico empeño sea entonces mantenernos jóvenes, aunque sea en la forma de hablar.
Mas "info":
En el blog de Alberto Bustos: Acortamiento de palabras
Lista de acortamientos en Wikilengua
Aussie slang: why we shorten words (en inglés)
Vargas Llosa: La gente que acorta palabras piensa como un mono (www.publico.es)
Australopithecus afarensis, eso es lo que son.
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